"La
cocina española está llena de ajo y de
preocupaciones religiosas. El ajo mismo yo no estoy
completamente seguro de que no sea una preocupación
religiosa, y por lo menos, creo que es una superstición.
Las mujeres de mi tierra natal suelen llevarlo en la
faltriquera para espantar a las brujas, y sólo
cuando el bulbo liláceo ha perdido su virtud
mágica en fuerza de rozarse con la calderilla,
se deciden a echarlo a la cazuela. Es decir, que el
ajo lo mismo sirve para espantar brujas que para espantar
extranjeros. También sirve para darle al viandante
gato por liebre en las hosterías, y aquí
quisiera ver yo a los famosos catadores de la corte
del Rey Sol, que, al comer un muslo de faisán,
averiguaban, por la firmeza de la carne, si aquel muslo
correspondía a la pata que el faisán replegaba
para dormirse o a la otra..."
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